Prólogo

Dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española que adolescencia es : “ El  periodo de la vida comprendido entre la pubertad y la edad adulta”. Y digo yo que, después de esto, los cuarenta y seis miembros de la Academia se irían a  descansar, agotados del esfuerzo... ¿Qué clase de definición es esta? ¿Por qué, para definir cualquier palabra de la que todos conocemos su significado, no sé... “nudo”, sin ir más lejos, se tiran treinta y seis líneas, y sin embargo despachan de un plumazo algo tan complejo como la adolescencia?.

Quizá la razón esté en que la adolescencia no hay quien la entienda, y, por lo tanto, los señores académicos no quieran pringarse metiéndose a definir algo ininteligible, pero como, sinceramente, no me parece de recibo que existan este tipo de lagunas descriptivas,  yo, después de haber pasado esta etapa por mi misma y siendo como soy a hora testigo de la de mi hijo, he acuñado una definición que, modestia aparte, me parece más práctica y mucho más acorde con estos tiempos:

"La adolescencia es el conjunto de años que va desde la primera vez que tu hijo cierra la puerta del baño con pestillo para ducharse, hasta que cambia las zapatillas de deporte por unos zapatos."

Estos dos momentos, fáciles de detectar hasta por la progenitora mas obtusa, son la clave de la cuestión.

De la adolescencia podemos decir sin temor a equivocarnos que, a pesar de su mala prensa, es el periodo  más fascinante de nuestras vidas. Son los únicos años en los que somos lo suficientemente adultos como para poder hacer las mayores burradas, y lo bastante críos como para no darnos cuenta de que las estamos haciendo.
Para que no crean que esta tesis - por otro lado, muy poco original - me la he sacado de la manga, remitámonos a la Historia o a la Literatura, que son disciplinas que siempre vienen al pelo para dar seriedad a cualquier tipo de argumento. Analicemos a cualquier adolescente ilustre, por ejemplo, Calisto.
Ya saben, el de Melibea:
Tú te empiezas a leer La Celestina y te imaginas al bueno de Calisto como un dechado de perfecciones: dieciséis años, rubio, esbelto, educado de buena familia...  el adolescente ejemplar ¿no?. Pues no, porque a medida que avanzas en la lectura te vas dando cuenta de que Calisto se pasa su corta vida haciendo el majadero. Decía Cicerón, con más razón que un santo, que la temeridad acompaña a la juventud, como acompaña la prudencia a la vejez, y Calisto , además de temerario, era un inconsciente de tomo y lomo, como cualquier adolescente.
Por de pronto se dedicaba a  lo de todos: a salir por ahí hasta las tantas, a ver si caía alguna ¨pibita¨. Si en el siglo XV hubieran existido los after hours, la historia no hubiera ido a más, pero en aquella época lo que estaba de moda, por lo visto, era trepar como César Pérez de Tudela por todos los balcones donde hubiera mozas casaderas, y ya se sabe que en cuanto algo se pone de moda, allá van los adolescentes como locos:

- Oye Calisto, ¿quedamos esta noche y nos vamos de balcones?
- Vale, Romeo... ¡¡ Me pido el de Julieta !!
- De eso nada, tronco, que a Julieta la tengo yo en el bote y esta noche cae seguro. Tú te vas al de Melibea, que Godofredo se ha pedido el de Sigfrida.
- ¡ Pardiez, qué morro!, siempre me dejáis el balcón de Melibea que esta tope de alto y además pilla encima de la habitación de sus viejos.
- Pues te fornicas a ti mismo, como Herodes...

Y así empezó la cosa... que digo yo: ¡qué pasaría cuando ponían a las chicas en una habitación sin ventana a la fachada!... esas pobres no se comían ni un rosco...

Bueno a lo que íbamos, al atontado de Calisto: ¿Cuántas veces creen ustedes que su santa madre le diría : “Hijo, no te subas a esas alturas que cualquier día te vas a  romper la crisma”?. Cientos de miles. ¿Y qué hizo Calisto?: lo de cualquier adolescente, pensar que sus padres eran medio memos y subirse por una escalera de cuerda a oscuras, con leotardos y zapatillas con suela de cuero... ¡con lo que resbala eso!. ¿Pero qué se creía ese idiota? ¿que era el rey de la cucaña? ¡A saber las birras que llevaría en el cuerpo! . Claro que ya se conoce que en cuanto a los hijos les empieza a salir el bigotillo, se creen que los demás somos tontos, y así le fue como le fue.

Calisto es la demostración literaria de que los adolescentes son todos iguales... le cambias el jubón de rico brocado por unos Levy´s y le recoges la melenita modelo Camila Parker en unas coletas rastas, y podría pasar  por cualquiera de los amigos de mi hijo.

Los ejemplos de que el comportamiento de los adolescentes se rige por unas pautas que apenas han variado a lo largo de la historia de la humanidad son innumerables. Ahí está, sin ir más lejos, David, el de la Biblia: resulta que el Rey Saúl, que debía ser bastante avispado, pensó que un chico como David, capaz de cargarse de una pedrada a un tipo de la envergadura de Goliat, tenía posibilidades de hacer carrera como soldado, así que lo mandó al frente de su ejército con el encargo, agárrense, de traerle cien prepucios de filisteo - que también hay que ser retorcido y querer muy mal al prójimo-.
Bien, ¿qué suponen ustedes que hizo el adolescente David?: pues según las Sagradas Escrituras, volver, no con cien, sino con doscientos prepucios. Se ve que le cogió el gusto, y a lo tonto a lo tonto, se enganchó. Igualito que nuestro hijo con la videoconsola.

Tú dale a un adolescente-tipo algo que le guste, y es que no sabe parar. Puede estar trece horas escuchando la misma canción o dándole a la Play Station o subido encima de un monopatín. Todo lo hacen tendiendo a la desmesura: que les gusta el fútbol, pues a la mínima se te convierten en ultras ( prueben a buscar entre los tiffossi, por decir algo, a un pensionista);  que hay que beber para demostrar al mundo que ya no se es un crío, pues nada de darle a la botella como todo el mundo: le dan al botellón; que les ataca la vena ecológica , entonces van y te montan un follón por cualquier nimiedad:

- Mamá, eso perjudica la capa de ozono y es terrorismo ecológico...
- “Eso”  es mi acetona, guapo, y si no la compro me tengo que quitar el esmalte de uñas con lija, así que...

Porque esa es otra, todo adolescente tiene una capacidad ilimitada de crítica hacia sus padres. Si eres normalito, te tachan de carca; si vas de moderno dicen que te pasas tres pueblos. Son unos tránsfugas que, en cuanto te descuidas, se dedican a hacer oposición.
Fíjense si serán desconcertantes que hasta en el Antiguo Testamento se nos cuenta nada más empezar que Dios creo a Adán y Eva talluditos... ¿No creen que es muy raro?, ¿no sería para no tener que aguantarles en la edad del pavo?. Seguro, porque Dios es listísimo. De ahí que pasara de comentarles a los cuatro evangelistas nada de la adolescencia de Jesucristo, no fuera a ser que lo escribieran y se cargasen el márquetin para toda la posteridad, porque estoy convencida de que, en cuanto cumplió los catorce, Jesús adoptó el comportamiento de cualquier adolescente y comenzó a hacerle la vida insoportable al pobre de San José para que le dejase venir de predicar a las once en vez de a las nueve de la noche:

- A Santiago que es más pequeño que yo, le dejan volver a las diez y media”- protestaría -, y a San Pedro no le han puesto tope de hora....”
- No mientas, Jesús- respondería María muy en su papel de madre -. Ayer estuve hablando con ese amigo tuyo... ¿cómo se llama?... Judas ¿no?, y me dijo que él tiene que estar en casa a las nueve como todos los demás, así que de atrasar la hora, nada de nada”

- ¡Será traidor el tío!.

Total, que vivir con un adolescente es una experiencia que puede ser terrorífica o fascinante, dependiendo de la dosis de “paz-ciencia” y sentido del humor con el que nos tomemos “sus cosas” . Bueno..., y con el que él se tome las nuestras, que también las tenemos.

Así que si su hijo está  como el mío en plena adolescencia o a punto de sumergirse en ella, prueben a hacer  lo mismo que yo: conviértanse en investigadores de campo. Obsérvelo como si fuera uno de esos personajes de tierras remotas que aparecen en los documentales de la 2, con los que tenemos muy pocas costumbres en común, pero que se merecen todo nuestro respeto.

Quizá en algún momento, tengamos problemas serios con él pero, en esas circunstancias, sería muy torpe por nuestra parte echarle la culpa  sólo al hecho de que está en la edad del pavo. Las razones que se esconden detrás de un adolescente con trastornos importantes de comportamiento o de personalidad van más allá de una mera cuestión de edad, y requieren la ayuda de alguien con una experiencia  profesional y unos conocimientos específicos de los que yo carezco en absoluto. Por eso en este libro únicamente intento reflejar lo que es vivir con un adolescente común,  sin demasiados problemas pero con todas sus rarezas.
Estoy convencida de que habrá muchas ocasiones en que su hijo, como me ocurre a mí con el mío, les sorprenderá con sus razonamientos, contradicciones y actitudes, hasta el punto de que estarán en un tris de caer en la tentación de pensar que los lingüistas están gagás al afirmar que  la palabra adolescente  proviene de "adulesco" - un verbo que significa "crecer"- cuando está más claro que el agua clara que procede del verbo “adolecer” o, mejor aún, del verbo “faltar un hervor”.
En esos casos, no se rían nunca de “sus cosas”, pero aprovechen para reírse todo lo que puedan con él.
Les a seguro que tener un adolescente en casa puede ser francamente divertido.

Ely de Valle